Anneliese Dörr A.
Facultad de Medicina, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental, Universidad de Chile, Santiago, Chile.
Correspondencia: Anneliese Dörr A. Facultad de Medicina, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Oriente, Campus Oriente, Universidad de Chile, Santiago, Chile. Avenida Salvador 486, Providencia, Santiago, Chile. Teléfono: 56 22 274-8855, Celular 56 99 230-5855. Correo electrónico: anneliesed@gmail.com
Resumen:
Antecedentes. El presente trabajo intenta revisar y analizar conceptos teóricos que ayuden a enriquecer el manejo terapéutico de los trastornos de personalidad Limítrofe, cuyo síntoma patognomónico es la dificultad en la construcción de la identidad, en el sentido que la personalidad alcance una continuidad y una unidad. Método. Para este propósito revisamos los aportes de la filosofía, sociología y psiquiatría, resultando de ello el hallazgo de conceptos iluminadores provenientes de las diferentes disciplinas de las ciencias sociales, lo que consideramos puede llegar a ser una gran contribución al estado del arte concerniente al diagnóstico y manejo psicoterapéutico del Trastorno de Personalidad Limítrofe. Resultados. Se aprecia cómo influye en la aparición de dicho trastorno el modo de vida actual, en el que se han debilitado los lazos sociales e intergeneracionales, instalándose una temporalidad presentista, movida por el consumo y el mercado de la imagen, lo cual promete una felicidad efímera que redunda finalmente en una identidad volátil, cambiante y eternamente insatisfecha.Discusión. Considerando esta realidad, e inspirándose en las ideas del filósofo Paul Ricoeur, es que el psiquiatra italiano G. Stanghellini nos ofrece trabajar la identidad a partir de las narrativas, con el objeto de que el paciente logre conocerse a sí mismo a través de aquellos aspectos de su personalidad que cambian y aquellos que permanecen en el tiempo. Así, a través de la historia narrada existiría una síntesis de lo heterogéneo, que le permitiría al sujeto experimentar la totalidad de sus acciones como propias y no como una diversidad de hechos sin coherencia.
Palabras clave: Personalidad limítrofe, identidad, narrativa, terapia, temporalidad.
Abstract:
Background. This paper attempts to review and analyze theoretical concepts which help to enrich the therapeutic handling of borderline personality disorders, whose pathognomic symptom is the difficult in the construction of the identity, in the sense that the personality reaches a continuity and unity. Method. For such a purpose we reviewed the contributions from philosophy, sociology and psychiatry, with the result of finding illuminating concepts coming from the different disciplines of the social sciences, which we consider can become a great contribution to the state of the art concerning the diagnosis and psychotherapeutic handling of the Borderline Personality Disorder. Results. It is appreciated how in the apparition of such a disorder there is an influence of the present way of living, in which the social and intergenerational bonds have been weakened, being installed a presentism temporality, moved by the image consumption and market, which promises an ephemeral happiness finally resulting in a volatile, changing and eternally unsatisfied identity. Discussion. Considering this reality and being inspired by the ideas of the philosopher Paul Ricoeur, the Italian psychiatrist G. Stanghellini offers us to work the identity starting from the narratives, with the object that the patient gets to know himself through those aspects of his personality which change and those which remain in time. Thus, through the narrated story there would exist a synthesis of what is heterogeneous, which would allow the subject to apprehend the totality of his actions as proper and not as a diversity of facts without coherence.
Keywords: Borderline personality, identity, narrative, therapy, temporality.
La identidad, que es la que nos da el cimiento de quienes somos, está en crisis. Este es uno de los problemas fundamentales que se le plantean a la ética contemporánea, pues el desconocimiento de la identidad del sujeto, lo hace prácticamente inimputable y priva así a la ética filosófica de su razón de ser (Escribar, 2013). No es sólo la ética filosófica la que se ve en problemas con esta crisis de la identidad, que por cierto atraviesa lo individual y colectivo, sino que todas las disciplinas del conocimiento, en especial la que atañe a la salud mental, la cual será en el presente trabajo nuestro foco de atención. Para abordar teóricamente el complejo problema de la formación de la identidad en nuestra sociedad actual, se incorporan los aportes que ha hecho desde la filosofía Paul Ricoeur, desde la sociología el canadiense James E. Côté, y desde la psiquiatría ‒a través de la aplicación de los conceptos de Ricoeur a la salud mental‒ lo que nos entrega Giovanni Stanghellini. Todos estos autores han contribuido de alguna manera a repensar el problema de la identidad frente al notorio aumento de la incidencia de los trastornos de personalidad limítrofe y su característica disfunción de la identidad.
Cabe primero señalar que el diagnóstico de personalidad limítrofe se ha incrementado sustantivamente en los últimos años, pasando de un 2% de la población en 1995 a un 3,5% en la actualidad. Asimismo, se constata que el diagnóstico se está haciendo a una edad cada vez más temprana (ARMAI-TP, 2016).
El trastorno de personalidad limítrofe ha sido muy investigado, pero se le ha conceptualizado de distintas formas, desde que se trataría de una forma de trastorno del ánimo hasta de una psicosis. En 1953, R. P. Knight de la Menninger Foundation introduce el término “borderline”, basándose en la idea ‒actualmente abandonada‒ de que algunos pacientes estarían en el límite entre la neurosis y la psicosis. Su uso oficial se estableció en los años 80’ al ser incluido entre los trastornos del eje II del DSM-III, con el nombre de Personalidad Limítrofe (Borderline Personality Disorder). Entre los criterios diagnósticos señalados en el DSM-V que resultan más relevantes para los fines de este trabajo, encontramos en esta patología un patrón general de inestabilidad y conflicto en las relaciones interpersonales, problemas de identidad, (autoimagen o sentido de sí mismo inestable) y sentimientos crónicos de vacío (APA, 2013).
La investigación sobre el tema a lo largo del tiempo (Knight & Friedman, 1960; Rapaport, 1946; Fairbairn, 1952; Kernberg, 1967; Bergeret, 1979; Gunderson & Singer, 1975), muestra que el patrón de inestabilidad afectiva y conductual, así como la gran dificultad en la conformación de la identidad, son elementos que están siempre presentes a la hora de caracterizar lo esencial de este tipo de personalidad.
Ahora bien, el análisis se ve enriquecido si incorporamos a la discusión, la relación entre el significativo incremento del diagnóstico de cuadros limítrofe con las transformaciones culturales y la consolidación de la identidad.
Siguiendo los planteamientos de James A. Côté (1996), nuestra modernidad tardía (o postmodernidad) se caracterizaría por modificaciones sustantivas en ámbitos que resultan fundamentales a la hora de pensar los procesos de conformación y consolidación de la identidad (relaciones personales cotidianas, la relación con instituciones ‒familia, escuela, trabajo‒ y las prácticas masivas de consumo a gran escala, entre otros). Lo anterior podría dificultar en algunas personas el sortear con éxito la etapa de consolidación de la identidad.
Según la psicoanalista Lidia T. Scalozub (2007), en la actualidad, la asimetría y diferencia generacional propia del vínculo entre padres e hijos se vería alterada o borrada, lo que genera en muchos casos, la confusión de los hijos frente a padres que han olvidado o descuidado su rol de guía adulta y que, en su afán por responder a la demanda social de una imagen corporal deseable y juvenil, hacen difusas las marcas de las diferencias generacionales. Este fenómeno llevaría a que las experiencias de generaciones anteriores sean menos apreciadas y utilizadas por la descendencia en el proceso de conformación de su identidad, por lo que su futuro aparece como incierto, en el sentido de que sólo sobre ellos recaería ahora la tarea de convertirse en los principales artífices de sus propias identidades.
A su vez, la declinación de las instituciones tradicionales de socialización, cuya mediación posibilita que los nuevos miembros de una sociedad sean eficazmente incorporados a la cultura (familia, escuela, instituciones políticas o religiosas) despoja de referentes al proceso de consolidación de la identidad. Esto podría ayudar a entender el que jóvenes en situación de mayor vulnerabilidad psicológica, realicen una búsqueda de identidad o de pertenencia a través de medios muchas veces peligrosos e incluso abiertamente autodestructivos, como, por ejemplo, el consumo abusivo de drogas o las diversas intervenciones en el cuerpo, que ellos viven como una manera de tener algo “para siempre”. Así por ejemplo, en el contexto de un mundo constituido por objetos y relaciones efímeras, los tatuajes de gran extensión, el pearcing (perforaciones en distintos lugares para colocar un objeto metálico) o el branding (marcas producidas con objetos cortantes o quemantes), cumplen la función de una marca perdurable, que permite negar la caducidad vinculada al paso de un tiempo que se vive de manera más angustiosa en una época secularizada, en la que los actos carecen de un sentido trascendente.
Cabe mencionar que hay consenso (García, 2000; Groschwitz et al., 2015; Scalozub, 2007; Reisfeld, 2005; Pelento, 1999) en que el aumento generalizado de este tipo de prácticas juveniles de intervención corporal se puede entender como una manera de lograr una inclusión a un grupo de referencia y de tener una vivencia mágica de cambio de Self (resistir el dolor, sentirse más poderoso, mejorar su autoestima).
En este contexto, los trastornos de personalidad limítrofe serían el caso extremo de la dificultad que exhiben muchos jóvenes para lograr una consolidación exitosa de su identidad, en el sentido de alcanzar la experiencia de unidad y continuidad (Bateman & Fonagy, 2012). Cuando la percepción de lo interno se vive como frágil y en cierto modo caótica, los elementos del mundo externo (hábitos, modas, pertenencia a grupos homogéneos) adquieren una gran importancia, observándose una marcada falta de preparación para la vida social adulta. Esto acentúa poco a poco la insuficiencia estructural, quedando el sujeto a merced de la desesperanza, con una identidad adulta no integrada y con escasas posibilidades de incorporarse a un mundo de creciente complejidad (García, 2000).
Es en este sentido que los aportes de Paul Ricoeur y las reflexiones sociológicas de James A. Côte, nos pueden permitir construir un marco teórico orientado a arrojar nuevas luces en la comprensión de las particularidades de nuestro mundo social actual y de los desafíos y dificultades que plantea a la subjetividad de la conformación de la propia identidad.
Ante dicha problemática, la propuesta del psiquiatra de origen italiano, G. Stanghellini (2004) ‒inspirado en las ideas desarrolladas por Ricoeur‒ sobre cómo trabajar la identidad del sujeto a partir de las narrativas, nos parecen muy iluminadoras. Es una propuesta novedosa para el manejo terapéutico de aquellos sujetos que presentan un desconocimiento de quiénes son y que por ende muestran serios problemas respecto a la conformación de su identidad.
Ricoeur aporta elementos que enriquecen el concepto de la identidad que ofrece la psicología, estableciendo una diferenciación entre identidad personal e identidad narrativa. A su vez, plantea que la identidad estaría relacionada íntimamente con la vivencia de la temporalidad, y vinculada con la narrativa: “el hecho que la vida tiene que ver con la narración siempre se supo y se dijo: hablamos de la historia de una vida para caracterizar el periodo que va desde el nacimiento hasta la muerte” (Ricoeur, 1984, p.45). El concepto de identidad alude al campo de tensión entre “permanecer el mismo a través del tiempo” y “cambiar en el curso del tiempo”, siendo el sujeto capaz de identificarse como autor de una acción que hace parte de su historia de vida. Es así como él propone definir la subjetividad como “identidad narrativa” (op. cit., p.58).
Cabe aclarar que el autor conceptualiza la identidad personal a partir de la dialéctica entre la mismidad y la ipseidad. La mismidad (idem, el mismo) la explica a partir de cuatro componentes: 1) identidad numérica, es decir cuando percibo dos veces una cosa designada por el mismo nombre, p.ej. la misma persona que se llama “x” entra dos veces a mi sala, ahí la reconozco como una sola y misma cosa. La noción de identidad está aquí dada por la operación de identificación y reidentificación de lo mismo. 2) identidad cualitativa, que está dada por la semejanza extrema y refuerza la identidad numérica a través de la operación de sustitución, es decir se compara lo percibido recientemente con el recuerdo que tengo. Estos dos componentes corresponden al criterio de similitud, y presentan la dificultad que se debilitan con el tiempo, por lo cual Ricoeur propone un tercer componte, 3) lacontinuidad ininterrumpida, que opera a partir de los cambios débiles, p.ej. paso del tiempo en el proceso de desarrollo de una persona, que aunque amenazan la semejanza, no la destruyen. Sin embargo, tanto el criterio de similitud como el de continuidad ininterrumpida, son amenazadas por el paso del tiempo, logrando sortear esta dificultad a partir del principio de permanencia en el tiempo, que nos entrega un cuarto elemento de la mismidad, y que correspondería a 4) la estructura que permite que se mantenga la organización del sistema combinatorio a pesar de los cambios progresivos, por ejemplo si a una herramienta, como una estufa, le modificamos algunas partes, sigue siendo la misma estructura (Ricoeur, 1996, p.111).
Finalmente, el autor incluye en el concepto de mismidad el tema del carácter, el cual designa en forma emblemática lo fijo y no cambiante de la persona, en el sentido que representa el conjunto de rasgos distintivos que permiten reconocer al sujeto como siempre siendo el mismo. Por lo tanto la identidad como mismidad alude a la dimensión de permanencia en el tiempo, mientras que la ipseidad sería aquel aspecto de la identidad que estaría vinculado con la dimensión ética, en el sentido que responde a la solicitud por el otro, y que hace a la persona responsable de sus acciones ante ese otro. Aquí cabe todo el tema de la palabra dada como promesa.
En lo que concierne a la ipseidad, Ricoeur plantea que esta se manifiesta en la alteridad y que es constitutiva de sí mismo, es decir, no podría pensarse el sí mismo sin el otro, el otro es parte de sí. En cambio en la identidad-mismidad la alteridad de otro, distinto de sí, aparece como lo contrario, lo distinto, lo diverso. La problemática del reconocimiento del sí mismo, alcanza su cima con la memoria y la promesa, la memoria que mira hacia el pasado, y la promesa hacia el futuro. Sin embargo, ambas deben pensarse en el momento presente, en el momento de la efectuación: “ahora recuerdo, ahora prometo”. En el momento de la efectuación, la memoria y la promesa se sitúan de manera diferente en la dialéctica entre mismidad e ipseidad, ya que la memoria acentúa principalmente la mismidad y la promesa se evoca como paradigma de la ipseidad (Ricoeur, 2005, p.134).
En cuanto a la identidad narrativa, esta se refiere a la forma reflexiva del contarse la identidad personal, es por tanto, la aprehensión de la vida en forma de relato. Ricoeur soluciona el tema de la dimensión temporal de la identidad personal al introducir la coherencia que se le da a la trama, en que se integran en una unidad de sentido tanto las concordancias como las discordancias de las acciones narradas (Ricoeur, 2005). Esto sería la identidad narrativa, la que nos permitiría articular “la dialéctica entre la mismidad y la ipseidad” (Ricoeur, 1996, p.138). La identidad narrativa permite al sujeto aprehender la totalidad de sus acciones como propias y no como una diversidad sin coherencia, en la particularidad de una unidad temporal que es única, pero que no es la identidad estable e inmutable.
Ricoeur se apoya en el concepto de MacIntyre sobre la unidad narrativa de una vida, y subraya que para que la identidad narrativa no sea problemática, ya que la vida humana es una continuidad sujeta a discontinuidades, como por ejemplo grandes crisis en que la vida cambia de dirección, es necesario articular con sentido y coherencia nuestra vida, lo cual debe hacerse sin negar, borrar u ocultar dichas discontinuidades (Ricoeur, 1996, p.184).
Esta concentración de la vida en forma de relato es la única capaz de dar un punto de apoyo al objetivo de una vida buena, lo que explica como “forma de vida que vale la pena buscar para ser feliz” (Ricoeur, 2005, p.113). En su obra “El sí mismo como otro”, Ricoeur (1996) aclara que “el contenido de la vida buena es para cada uno la nebulosa de ideales y sueños de realización, respecto a la cual una vida es considerada más o menos realizada. Es el objetivo hacia el que tienden las acciones” (p.184).
Es así como Ricoeur conceptualiza la identidad, como la historia narrativa de una vida, considerando el análisis estructural de la narración: el carácter común de la experiencia humana, señalado, articulado y aclarado por el acto de narrar en todas sus formas, es su carácter temporal. Todo lo que se cuenta sucede en el tiempo, arraiga en el mismo, se desarrolla temporalmente; y lo que se desarrolla en el tiempo puede narrarse. Incluso cabe la posibilidad de que todo proceso temporal sólo se reconozca como tal en la medida en que pueda narrarse de un modo o de otro (Ricoeur, 2000, p.190). En la historia narrada existiría una síntesis de lo heterogéneo que caracterizaría la temporalidad de dos formas: “una sucesión discreta, abierta y teóricamente indefinida de incidentes” y otra que se caracteriza “por la integración, la culminación y la conclusión gracias a la cual la historia recibe una configuración” (Ricoeur, 1996, p.140).
Por lo tanto, la identidad narrativa le otorgaría duración a la identidad personal, en el sentido que la identidad narrativa pone en relación dialéctica al ídem (lo que no cambia) y al ipse que sería el cambio, la transformación, el otro (Ricoeur, 1996). Aclara que “para hablar de nosotros mismos disponemos de dos modelos de permanencia en el tiempo: el carácter, ligado a la memoria y mismidad, y la promesa a la ipseidad” (op. cit., p.112). Vale decir, la memoria y la promesa tendrían que ver con el reconocimiento de sí, siendo la memoria retrospectiva, una vuelta hacia el pasado, y la promesa prospectiva, la que mira hacia el futuro (op. cit., p.164).
A la profunda reflexión filosófica de Ricoeur, podemos agregar los aportes de las ciencias sociales para pensar las particularidades de nuestra actual relación con el mundo y con nosotros mismos. La mirada sociológica de James A. Coté sobre los complejos procesos de formación de la identidad en nuestra sociedad actual, incorpora distintos niveles interrelacionados de análisis, que incluyen tanto factores macrosociológicos como psicológicos y microinteracccionales, vinculando el campo de la cultura con la problemática de la identidad.
Para Côté, las distintas culturas establecen parámetros diversos de formación de la identidad y a través de la influencia socializadora de las instituciones alientan ciertas características de personalidad, fomentando así el desarrollo de determinados “tipos de carácter”.
En las culturas premodernas, anteriores al siglo XIX, las relaciones entre padres e hijos se regían por normas tradicionales que no eran cuestionadas y el peso de los antepasados en la conformación de la identidad adulta era muy importante. Esto promovía un tipo de carácter heterónomo o “dirigido por la tradición”. Al respecto, Côté señala que:
“…las relaciones importantes de la vida son controladas por cuidadosas y rígidas convenciones aprendidas por los jóvenes durante los años de una socialización intensiva que termina con la entrada a la adultez. El rango de opciones es escaso, de modo que la aparente necesidad social de un tipo de carácter individualizado es mínima…” (Côté, 1996).
En la cultura moderna el vínculo intergeneracional se debilita, las relaciones entre padres e hijos se modifican sustancialmente, la autoridad parental puede ser cuestionada y la descendencia recurre a fuentes no tradicionales en la configuración de su identidad adulta (por ejemplo, a sus pares). En las sociedades sometidas al impacto de la primera industrialización, la movilidad geográfica, la urbanización, la acumulación de capital y la producción masiva, predominará un carácter “interiormente dirigido”. Si bien éste supone la existencia de objetivos de desarrollo generalizados y predeterminados socialmente, y patrones preestablecidos de comportamiento aceptable que guían la acción, los padres comienzan a ver a sus descendientes como individuos que deben “hacerse a sí mismos” (self made man), por lo que los sujetos logran articular iniciativas de manera más autónoma que sus antecesores.
Por último, en la cultura postmoderna, la brecha entre los padres y su descendencia se amplía enormemente y las experiencias de vida de aquellos son menos apreciadas y utilizadas por la descendencia en la conformación de su identidad. El futuro aparece como incierto en el sentido de que sobre los jóvenes recae ahora la tarea de convertirse en los principales artífices de sus propias identidades. Existiendo pleno dominio de los medios de producción de masas y sobreabundancia de bienes y servicios, la “psicología de la escasez” propia del carácter “interiormente dirigido”, es reemplazada por una “psicología de la abundancia” y un consumo a gran escala, que da lugar a un tipo de carácter “dirigido por otros”. Una vez resueltos los problemas de producción, el consumo aparece como la forma de identificar las propias lealtades y relaciones, y los otros aparecen como referentes fundamentales, pues para lograr los objetivos (siempre cambiantes) se requiere de sus opiniones y aprobación. Los individuos aprenden tempranamente a monitorear el medio social para asegurar que sus hábitos o pautas de consumo (especialmente en apariencia y comportamiento) se ajusten a las normas aceptadas. Para Côté, el predominio de este tipo de carácter ayudaría a comprender el que la difusión de identidad sea un fenómeno en aumento. Consecuentemente, y siguiendo las categorías de Marcia (1993), Côté plantea que el “logro” de la identidad –asociado a la salud psicológica– puede estar experimentando un declive. Esto permitiría explicar las actuales dificultades que los individuos adultos tienen para establecer y mantener compromisos sostenidos (Marcia, 1993).
Las actuales presiones de socialización alientan una direccionalidad hacia los otros y una orientación a descubrir la propia identidad a través del consumo de determinada imagen, algo muy nítido en las culturas juveniles. Esto permitiría comprender fenómenos como la gran inversión de tiempo que algunos jóvenes realizan en actividades que permiten proyectar una determinada imagen, obtener una validación de los demás a través del consumo, redes sociales, y al mismo tiempo gratificar deseos narcisistas (consumo de música, de drogas, diversas intervenciones en el cuerpo, etc.). La consecuencia de esto sería la mantención de una masa de consumidores que se preocupa poco de lo que le depara el futuro, altamente receptiva a los constantes cambios de tendencias y valores, y sin una base propia de normas de dirección o guía. La vida social en la actualidad estaría siendo cada vez más problemática, en términos de las posibilidades individuales de establecer una identidad estable y viable sobre la base de los compromisos incorporados en una comunidad. Las instituciones pre-modernas y modernas eran un apoyo para la identidad individual y la continuidad intergeneracional, pues a través de su mediación los nuevos miembros de una sociedad eran eficazmente incorporados a la cultura. Hoy estas instituciones están fallando o han fracasado, siendo sustituidas por pautas orientadas por un consumo explosivo. De esto se deduce que tanto la formación de la identidad individual como la cultural tradicional resultan fuertemente dañadas. Sin un soporte y orientación institucional para hacer las transiciones del desarrollo, los individuos son dejados ‒más que en el pasado‒ sólo con sus propios recursos internos. A la vez, los individuos requieren de más recursos personales para enfrentar este contexto social complejo, cambiante y muchas veces hostil, y esto creemos que se logra manteniendo un sentido estable de sí mismo. Influidos por el mercado de la imagen, es esperable que un número importante de jóvenes simplemente se “deje llevar” de una imagen a otra, sin un sentido o una dirección que les permita articular de manera coherente las experiencias de vida.
El psiquiatra Stanghellini (2004, 2013) piensa que los problemas relacionados con desórdenes en la identidad tienen que ver con dificultades en lo que Ricoeur llama la identidad narrativa. Postula que la mirada de Ricoeur permite comprender mejor el fenómeno, al integrar el paradigma filosófico y psicopatológico. Para él la manera de abordar el tema de los problemas de identidad a la luz de los aportes de Ricoeur, requiere primero que nada distinguir tres niveles diferentes en lo concerniente al complejo fenómeno que llamamos Self:
un nivel prerreflexivo de autoconciencia sensorial, que consiste en estar en contacto con uno mismo, es decir quién es el que siente, de manera que lo que se siente y quien, son nada más que uno y lo mismo. En este punto se puede hablar de una autoconciencia encarnada (Ricoeur, 1996).
el segundo nivel tiene relación con una conciencia reflexiva del Self: “soy consciente de mi mismo a través de explicitar reflexivamente mis actos” (Stanghellini, 2004). Esta reflexión abre una grieta en la autoconciencia sensorial, sacando a la luz su doble naturaleza: la división entre un yo que siente y un yo que es sentido. Si la conciencia de sí es la unidad en la dualidad, es precisamente su dualidad la que emerge en esta segunda capa de autoconciencia reflexiva.
el tercer nivel del Self tiene que ver con la identidad narrativa, el cual es el constructo que cada uno forma de sí mismo. En este nivel Stanghellini recurre en forma textual al filósofo Ricoeur cuando éste plantea que el conocimiento de nuestra identidad narrativa se forma a través de la dialéctica, o diálogo entre ser uno mismo y ser desde el otro.
Se podría decir que es aquí donde se fundamenta la propuesta de Stanghellini, ya que propone trabajar en terapia la identidad narrativa, tanto el aspecto de la identidad que permanece en el tiempo como aquél que cambia: mismidad e ipseidad. Aclara que el ser uno mismo no debe ser una identidad estática, sino uno mismo en el cambio. Para trabajar este tema Stanghellini recurre al ejemplo literario usado por Ricoeur: “El hombre sin atributos” de Musil, en que el personaje carece de aquellas cualidades que dan el carácter y que hacen del sujeto alguien identificable. Él no tendría una “personalidad propia”, sino que sería alguien que no ha desarrollado una identidad narrativa. Él no se reconoce a través de un aspecto permanente o proyecto estable y a largo plazo de su vida. Esto sería fundamentalmente lo que trabaja Stanghellini.
La mirada de Ricoeur nos permite repensar la problemática de la identidad situándola en el contexto de las relaciones que el hombre establece con el mundo, superando así una visión que reduce al ser humano a una mismidad cerrada sobre sí. El hombre, esencialmente constituido con “otros”, se va singularizando poco a poco, es decir, se requiere tiempo y trabajo para “encontrarse” y distinguirse de los otros, lo que da cuenta de la complejidad de los procesos identitarios.
Desde un punto de vista sociológico, los planteamientos de Côté son coherentes con los de Ricoeur, pues reflexiona sobre cómo las distintas culturas y épocas históricas establecen parámetros de formación de identidad que deben revisarse e incorporarse a la hora de abordar los complejos procesos de formación identitaria.
La modernidad tardía promueve una socialización que alienta una direccionalidad hacia los otros y una orientación a descubrir la propia identidad fundamentalmente a través del consumo de la imagen. Ello configura un escenario problemático para el hombre de nuestra época en lo que respecta a sus posibilidades de establecer una identidad estable y viable sobre la base de los compromisos incorporados en una comunidad.
El particular habitar del hombre en nuestra época moderna, en que no siempre sabe o puede dar respuesta a la pregunta sobre quien es, es también destacado por Côté cuando explica el paso de las sociedades pre-modernas a las modernas y la actual “agudización” de ciertas características de la denominada modernidad tardía, en la que predomina un particular modo de relacionarse con los otros, los objetos y el mundo, que ha aumentado el malestar subjetivo. Se trata de un mundo de sobreabundancia de bienes y servicios (una suerte de “gran supermercado”), de consumo a gran escala y de falla o abierto fracaso de las instituciones tradicionales de socialización (familia, escuela, religión) a través de cuya mediación las nuevas generaciones apoyaban antes la conformación de su identidad individual y se incorporaban a la cultura, favoreciendo la continuidad intergeneracional.
Por otra parte, este mundo secularizado ha propiciado el desarrollo del individualismo a ultranza, operando una “fría intervención del espíritu sobre el cuerpo humano y el resto de la naturaleza, vale decir, una suerte de erosión de nuestro mito ético greco-romano-judeo-cristiano (Escríbar, 2013). Así mismo, una de las características relevantes de este mundo post moderno, sería la pérdida del sentido religioso de la existencia:
“Esta re-ligazón fundamental del hombre con lo divino, y que lo sostuvo por siglos y milenios, ha sido reemplazada primero por la diosa razón, después por la ciencia y, en las últimas décadas, por el dinero y el placer, tomado este último en su sentido más efímero y decadente” (Dörr, 2007).
En este sentido, el desarrollo y aplicación del método científico favorece el vertiginoso progreso de la ciencia y la técnica, cuya racionalidad sobrevalora la productividad y el consumo, aspectos que se habrían acentuado en la modernidad tardía.
Esto contrasta con la idea de “libertad” promovida por nuestra sociedad actual, que moviliza a los sujetos a descubrir su identidad a través del consumo de la imagen y su consecuente satisfacción inmediata, orientada según estándares externos de mercado (consumo tecnológico, drogas, intervenciones extremas en el cuerpo, etc.). De este modo, el sujeto de la modernidad tardía intenta obtener una validación de parte de los demás a través del consumo y, al mismo tiempo, gratificar deseos narcisistas, no encontrando ya salida a su constante malestar.
A la luz de estos antecedentes, es posible reflexionar sobre el aumento en nuestros días de los trastornos de personalidad limítrofe. Las características psicológicas propias de este trastorno pueden ser repensadas considerando las particularidades de nuestro modo de vida actual y las pautas socioculturales de conducta que promueve. En un mundo de contingencias, en el cual se han debilitado los lazos sociales e intergeneracionales y se ha instalado una temporalidad presentista, movilizada por el afán de consumir objetos que el mercado de la imagen ofrece como promesa de felicidad y de identidad volátil ‒siempre cambiante y eternamente insatisfecha‒, el trastorno limítrofe puede verse como una expresión del malestar de la subjetividad y de las dinámicas propias de la cultura contemporánea.
En este ambiente general recién descrito, no es de extrañar el creciente aumento de la difusión de la identidad y la pérdida de un sentido o dirección que permita articular de manera coherente las experiencias de vida. Es en este contexto que el psiquiatra Giovanni Stanghellini propone trabajar la problemática de la identidad inspirándose en las ideas que nos entrega Ricoeur respecto a cómo se construye y se re-repiensa la formación identitaria a través de un trabajo psicoterapéutico.
Finalmente, desde distintas perspectivas, este trabajo ha intentado plantear la urgencia de repensar los desafíos y problemáticas de nuestra época actual en su impacto sobre la identidad personal, entendida como condición necesaria para encontrar un lugar para sí mismo en la sociedad.
Financiamiento
Ninguno.
Conflicto de intereses
La autora declara no tener algún conflicto de intereses.
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