Una genealogía de la melancolía Reseña del libro "La melancolía creativa" de Jesús Ramírez-Bermúdez, Editorial Debate, 2022

Una genealogía de la melancolía Reseña del libro "La melancolía creativa" de Jesús Ramírez-Bermúdez, Editorial Debate, 2022

 

Julieta Lomelí Balver

Portal Filosofía & Co.


   

La melancolía creativa (Debate, 2022) del neuropsiquiatra y escritor mexicano Jesús Ramírez Bermúdez es una obra que no pretende romantizar las enfermedades mentales ni ser tampoco una apología del aluvión psíquico en aras de crear un excepcional producto artístico, literario o intelectual. Al contrario, la motivación de Jesús es reflexionar sobre las aristas entre el sufrimiento emocional -que él sigue bajo el hilo conductor de la “melancolía”- y cómo es que la sublimación artística podría ayudar a sobrellevar una existencia atormentada, e incluso volverse un medio de expresión para que el otro, el espectador, logre adentrarse en la psique de un artista o literato. Al mismo tiempo, la obra pueda volverse una inspiración común para conocerse a sí mismo. Pero ¿qué entiende Jesús por “melancolía”?

La melancolía es un concepto rizomático que ha brotado desde múltiples raíces a lo largo de la historia, creciendo indefinidamente a partir de la descripción de una variedad de síntomas que incluso en la actualidad no se explican con total claridad o unicidad. Ramírez Bermúdez traza una bella genealogía -coloreada por el arte, la medicina, la literatura y la filosofía- de la melancolía, desde la antigüedad griega hasta su significado actual, tratando de encontrar un epicentro común que la identifique como una categoría fundamental de la cultura occidental. Nuestro autor piensa la melancolía como ese Zeitgeist de toda época, como “el símbolo de la desilusión y el sufrimiento; un signo crítico que indica el desenlace de los disturbios colectivos y las limitaciones de todo esfuerzo civilizatorio. Pero también es un punto de partida de la travesía artística”. Nuestro autor no sólo piensa en el meláncolico que se recluye en su solipsismo, en ese que hace de la patria de la creatividad un exilio interior; sino que también considera la melancolía provocada por la efervescencia del “dolor social”. De un dolor que brota en el centro de las relaciones verticales, de los vínculos destructivos entre unos y otros, que provocan que tanto individuos, comunidades y grupos vulnerables, sean sometidos a una lógica de abuso y de violencia sistémica, legitimada por instancias de poder, lógicas del privilegio y de la exclusión difíciles de erradicar.

En este sentido, sería interesante pensar hasta dónde los ciudadanos de un país ahogado por el crimen organizado, los femincidios, homicidios y la notable impunidad ante dichos crímenes -como sucede en el contexto mexicano- están abatidos y dominados por un -y me atrevo a citar a Heidegger- Grundstimmung melancólico, por un “estado de ánimo fundamental” expresado en sufrimiento y dolor social. La pregunta sería aún más radical si pensamos en cómo este sentimiento comunitario de un país en llamas contribuye a volver al depresivo más depresivo, y al posible suicida, un suicida resuelto. Pero al igual que como escribiría Jesús Ramírez, “la génesis del dolor social rebasa cualquier intento de este ensayo por abarcarla”. Mejor pensemos en una alternativa que dé el salto más allá de la tragedia que un dolor social comunitario provoca, ideando una forma diferente de operar ante el nihilismo acarreado por la melancolía social. Reconociendo que también ésta puede volverse la inspiración de una labor estética y “creativa capaz de reconocer y respetar la finitud, sin perder el amor por el juego vital”. Para demostrarlo, sobran ejemplos, basta recordar la literatura y el lúcido pensamiento filósofico y psiquiátrico que afloró de las lúcidas mentes exiliadas, y de tradición judía, tras la caída del aberrante nacionalsocialismo alemán. Vale recordar con mucho amor el concepto de “resiliencia” ideado por Boris Cyrulnik, como el ejercicio psicológico, terapéutico y neuronal para liberar la memoria doliente -la memoria coagulada-, a partir de la narrativa compartida con los otros. O la concepción del “rostro” levinasiano como ese “Otro infinito”, ese prójimo puesto como categoría universal que fundamenta cualquier comprensión propia del mundo. Jesús Ramírez, por su parte, nos recuerda a Pedro Páramo:

La novela mexicana fundacional en la que Juan Rulfo capturó el delirio posmelancólico de las comunidades que padecen la deserción de los patriarcas: se trata de una suerte de delirio poético acerca de las voces y las reminiscencias de los muertos, en una comunidad empobrecida durante décadas por el abandono y la violencia de un patriarca. Se trata de Comala, pero podría ser cualquier otro espacio rural del México posrevolucionaria.

Sí, Pedro Páramo podría ser cualquier “otro espacio” rural y urbano, incluso, cualquiera del contexto actual mexicano. Pero volvamos al tema de la melancolía creativa ejercida desde el microcosmos privado del escritor o artista, esa que Jesús Ramírez pinta con un estilo bello y erúdito. Nuestro autor retoma varias veces el hipotético vínculo entre genio artístico o intelectual, o mejor dicho, entre el “talento excepcional” y la melancolía. “La relación puede plantearse de muchas maneras: la depresión mayor obsequia una visión trágica y menos superficial de la vida a personas con talento, y sus obras adquieren profundidad psicológica”. O, por otro lado, también podría ser que esa vulnerabilidad emocional pueda desencadenar conductas aditivas y autodestrtuctivas y entonces terminar también con el proceso de creación. Jesús Ramírez advierte los sentimientos ambivalentes que la depresión mayor -que alguna vez fue pensada como parte de lo que se entendía por “melancolía”-, podría provocar en una misma persona. Pero eso no significa que no exista una larga tradición -nacida desde Hipócrates y retomada por Aristóteles, hasta nuestros días- que acepte de manera explicita la íntima relación entre un talento monstruoso y el desarrollo de la melancolía -o expresado mejor desde términos contemporáneos-, el desarrollo de padecimientos psiquiátricos. Jesús Ramírez considera que una sensibilidad o una lúcidez extraordinaria, podría tener su nexo con otros trastornos mentales en los cuales hay estados depresivos, pero también estados de manía, dentro de eso que ayer fue llamado psicosis maniacodepresiva, y hoy llamamos trastorno bipolar. En los episodios de manía o hipomanía, las personas con talento podrían tener más actividad artística, científica o política. Se puede o no descartar de antemano una relación con la esquizofrenia: las alucinaciones y los delirios insólitos y extraños quizá tendrían un papel en la generación de una obra artística.

Uno de los capítulos que más he valorado del libro, es el dedicado a la compleja naturaleza de la esquizofrenia, ésta que en el siglo XIX signficaba el “nuevo paradigma de la medicina psiquiátrica”. Para ilustrar mejor la relación entre el padecimiento y el ejercicio creativo, Jesús piensa en la analogía entre la caótica, pero “insportable lúcidez” del discurso de Joyce en su Ulises, y la esquizofrenia de Lucía, la hija del escritor. Jesús medita una comparación interesante: “al igual que el lenguaje creativo de James Joyce, la producción verbal en la esquizofrenia se aparta de las construcciones semánticas, se aparta de las construcciones convencionales y entra en el capítulo psicológico del pensamiento divergente”. La diferencia radical entre la divergencia esquizofrénica y la de la creatividad, es que la última es construida desde la intencionalidad del escritor, la desorganización conceptual y la ruptura sintáctica o lógica del discurso, está dada desde la consciencia de una mente creativa; mientras que, en el paciente con esquizofrenia, la desorganización conceptual no deriva del artificio literario, sino que es la manera en que cotidianamente piensa. Actualmente la esquizofrenia, escribe Ramírez Bermúdez, “se asocia de manera consistente a deficiencias en el volumen cerebral, en regiones necesarias para la operación del lenguaje, la memoria y el procesamiento emocional”.

Nuestro autor nos remite a las investigaciones de la neuropsiquiatra estadounidense Nancy Andreasen, quien estudió casos celebres de mentes brillantes, pero con familiares que padecían de esquizofrenia, como el de Einstein y su hija, o el ya mencionado Joyce y Lucia Joyce, encontrando “una posible relación genética entre las habilidades creativas dependientes de procesos lógicos-secuenciales (como la literatura y las matemáticas) y la psicopatología esquizofrénica”. Esto significa que la genética de la creatividad requiere procesos biológicos y culturales que dan origen a aprendizajes lingüísticos, conceptuales, y complejos que, en su estado óptimo, llevan al desarrollo de habilidades creativas eficaces, e incluso excepcionales, que habrán de estar ancladas en el sentido de la realidad. En esta misma hipótesis, esa misma genética, pero con variaciones o modificada por el neurodesarrollo, también puede conducir a una “forma frustrada o fallida” de la creatividad y del principio de realidad, desembocando en un diagnóstico de esquizofrenia. Por ello Andreasen escribe que la esquizofrenia algunas veces es “el precio que la humanidad paga por tener lenguaje”. Es el precio que algunas mentes sometidas al azar de una naturaleza que gusta poner a prueba el ensayo y el error, -el perfeccionamiento o el desarrollo de anomalías en el área de Broca-, tiene que pagar por tener el privilegio de poder expresar en conceptos e imágenes complejas, en mensajes ptofundos o banales, en narrativas deplorables o excepcionales obras de arte, sus alegrías y sufrimientos, sus ideas y pensamientos: su inteligencia.

Sin embargo, ningún hombre o mujer ha pronunciado la última palabra al respecto, mucho menos en los asuntos que tienen que ver con la mente humana. Y la genealogía que Jesús Ramírez elabora del concepto de melancolía entendido desde la antigüedad como “bilis negra”, atravesando por la modernidad que la explicaba a partir de diversos síntomas que oscilaban entre la manía, la depresión y abruptos cambios de ánimo, hasta la actual asimilación de la melancolía como “depresión mayor”, nos deja claro lo difícil y absurdo que sería sostener explicaciones absolutas y universales de los padecimientos mentales. Esta imposibilidad es más clara con la consideración contemporánea de la descripción clínica de la esquizofrenia, misma que ha sido tan importante como el diagnóstico e investigación de la melancolía a lo largo de los siglos. Jesús enfatiza que el concepto de esquizofrenia sigue teniendo un sentido impreciso que se usa “para aglutinar problemas de salud mental muy diversos”. La complejidad de dicho padecimiento goza de una heterogeneidad clínica que no ha logrado resolverse, ni unificarse en síntomas claros e innamovibles que nos hagan establecer de manera tajante que sí es, o no, esquizofrenia.

El estudio de cualquier condición psicopatológica es un reto que habrá de afrontarse de manera interdisciplinaria desde la honestidad epistémica, y con la furia y violencia que merece cualquier dogmatismo científico. Una práctica ética de la psiquiatría también implica reconocer que es imposible tener una respuesta definitiva sobre cualquier condición de la naturaleza humana, y que incluso pensar en la idea de que hay “una naturaleza” nos podría poner en el riesgo de volvernos deterministas y no asumir la complejidad de dicha condición.

En el profundo mar de autores, obras artísiticas, fragmentos poéticos, estudios médicos y sociales en el que Jesús -plácidamente- nos invita a navegar a lo largo de su genealogía sobre la melancolía, subyace esta bella idea de humildad epistémica, una que reconoce que para seguir investigando sobre los asuntos del cerebro, la mente y sus tormentos clínicos, es necesario entender que toda respuesta se transforma con el tiempo, y varía dependiendo de los anteojos desde los cuales se mire cada época. No es lo mismo apreciar desde el faro los monstruos marinos, que experimentarlos estando al frente del timón. Por ello, escribe nuestro autor: Las disciplinas médicas y psicológicas no deberían olvidar la dimensión social donde se gestan los problemas de la salud mental: la psiquiatría y la psicoterapia deben enriquecerse con los avances de las síntesis: cuando ignoramos la subjetividad del otro y lo reducimos a una cosa. Parafraseando al erudito de Cambridge Germán Berrios: reificar significa ver las relaciones humanas como si fueran objetos o cosas inanimadas, restándoles todo dinamismo, sentido o valor personal. Cosificar el dolor emocional dispone al médico a olvidar la trama dinámica de las interacciones humanas (…) El estudio de la causalidad física, objetiva, tal y como lo buscan las ciencias médicas y las neurociencias, no se opone al ejercicio de la comprensión interpersonal, que atiende los significados personales de una historia.