La navaja de Ockham: lecciones médicas

La navaja de Ockham: lecciones médicas

 

Arnoldo Kraus


La enfermedad distorsiona todo: los días, la amistad, el tiempo y la libido requieren lecturas diferentes. Distorsiona y ofrece otras miradas: el tiempo nuevo difiere del previo; los diálogos, con uno mismo, con otros, se modifican. Sus avatares conforman múltiples retos médicos, sociales, personales y familiares.

La indivisibilidad de cada ser humano y sus sumas, i.e., condición económica, sexo, relaciones amorosas y amistosas, oficio(s) y un largo etcétera, lo dotan, o no, de saberes y elementos para confrontar la disrupción del cuerpo debido a enfermedades. Las personas que no se percatan de su cuerpo son dichosas. Recuerdo la voz de un enfermo sexagenario, siempre sano, recién acosado por algunos males “serios”: “El pasado nunca fue negro, ahora me invade la oscuridad y temo por mañana”.

La patología es parteaguas: salud/enfermedad, vida/muerte, paz/temor, inconsciencia del cuerpo/conciencia del cuerpo. Convivir con el cuerpo roto, con los días nuevos cargados de dolor y miedo no es sencillo. No se enseña a ser enfermo. Aprender y sortear sus retos depende de la arquitectura y los recursos del afectado. La enfermedad es un mosaico inédito en la vida de la persona. Cuando sus teselas se fragmentan el silencio del cuerpo sano desaparece.

Los médicos tienen la obligación de leer todos los ángulos de los retratos de la patología antes de concluir, tarea, en ocasiones, ardua y compleja. “La explicación más sencilla es la mejor”, es una frase prudente y vieja; solemos escucharla cuando aprender es prioritario y repetirla cuando enseñar es obligación. En medicina, la idea es similar, “es mejor explicar el cuadro clínico con un solo diagnóstico y no con varios”, reflexión sencilla y sabia, no siempre posible. Conforme avanza la medicina y las personas viven más es común padecer más de una patología. Sin embargo, a pesar de los vínculos entre mayor longevidad y mayor número de enfermedades, sigue siendo virtud profesional explicar el mal por una sola alteración y no por varias entidades. Una sola entidad puede incluir asociaciones, i.e., la obesidad se asocia a diabetes mellitus y a hipertensión arterial.

La idea de buscar unidad en los males del paciente incluye una inmensa ventaja: si el galeno está bien preparado, y es leal al enfermo y no a sus colegas o al hospital, es probable que él, sin ayuda de otros profesionales, pueda tratar todas las alteraciones. Es óptimo que la mayoría de las afecciones sean tratadas sólo por un médico.

El fraile franciscano Guillermo de Ockham (1280-1349) fue un gran lector de la vida. Ockham nació en Inglaterra y murió, víctima de peste negra, en Múnich. Fue miembro de la Orden Franciscana y vivió en pobreza extrema. Escribió sobre medicina, lógica y teología. Se le considera una de las mentes especulativas más brillantes de la Edad Media y el mayor nominalista –la filosofía nominalista basa sus ideas en que todo lo que existe es particular y asible, a diferencia de las tendencias universales o entidades abstractas–. Los nominalistas favorecían conceptos específicos en vez de nociones generales.

Al padre Ockham se le conoce, entre otras razones, por el principio de Ockham, rebautizado como navaja de Ockham en el siglo XVI. De acuerdo con sus lectores, sus ideas “afeitaban como una navaja las barbas de Platón”, y ofrecían explicaciones sencillas en contraposición a la filosofía platónica, la cual se respalda en la existencia de diversas entidades para explicar un hecho en vez de apoyarse en uno simple y sencillo como sugería el fraile franciscano.

Dos ideas explican el principio:

  1. La pluralidad no se debe postular sin necesidad.
  2. En igualdad de condiciones la explicación más sencilla suele ser la más probable.

En medicina, la navaja de Ockham representa un reto interesante, reto que, como escribí líneas atrás, cuando sea necesario, debe reinterpretarse a la luz de la mayor longevidad contemporánea; entre más vieja la persona, mayor la posibilidad de nuevas patologías. El ejercicio contemporáneo de la medicina es contrario al principio de Ockham, por dos razones fundamentales, ambas desagradables. Primera: los galenos no suelen conocer bien a los enfermos. Segunda: desde el punto de vista económico es más redituable trabajar en equipo: “me mandas pacientes, te mando pacientes”.

La pócima de Ockham es magnífica, “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”. En medicina, siguiendo al fraile, es mejor, sin obstinarse, buscar una sola causa para desmenuzar los meandros de la enfermedad. Sin obstinarse significa que hay casos en donde más de una patología puede presentarse concomitantemente.

“No hay enfermedades, hay enfermos” es una vieja máxima médica. Individualizar es necesario. La medicina moderna y su parafernalia borran a la persona y enfocan sus esfuerzos a los dictados de la reina tecnología. Conocer y ser leal al enfermo e implicar el menor número de galenos en el tratamiento es benéfico. Las enfermedades son parte de la vida: “la explicación más sencilla es la mejor”.